jueves, 6 de diciembre de 2007

La Menorá de Janucá (Januquiá) - Por Cita Machabanski

Estaba ubicada siempre en el mismo lugar: sobre el mueble del gran comedor. Pero nadie la veía, como ocurre con todas las cosas que se tienen a la vista diariamente, no se advierte su presencia si no se necesita usarlas.
La menorá de nueve brazos de Janucá era un objeto más de los tantos que había en la casa, y permanecía inmóvil y olvidada durante el año, en medio del movimiento y del bullicio del lugar.
Pero llegaba diciembre, y en esa particular mezcla de calor, perfume de primavera que se iba y de vacaciones escolares, la menorá resurgía y se convertía en la principal protagonista de la casa; y ahora el movimiento comenzaba en torno a ella.
Días antes de la fiesta, la menorá era pulida con esmero para que pudiera brillar tanto como sus luces. Era necesario proveerse de las velitas - que por aquellos tiempos no se conseguían con tanta facilidad como ahora - y el tema recurrente de conversación se basaba en establecer la cantidad de velitas necesarias para las ocho noches de Janucá.
Los chicos hacían otros tipos de cálculos. Se preguntaban cuál sería la cantidad de dinero a obtener ese año (januque guelt) y allí la fantasía no tenía límites. Pero, monedas más, monedas menos, lo cierto es que ese dinero se conseguía y que provocaba en los chicos una sensación de poderío muy particular.
Janucá era esperada por ese motivo, pero, además, porque era una fiesta diferente. A la misma hora, cada una de las ocho noches (salvo la de Shabat) la familia, en su totalidad, tenía una cita de honor. En pocos minutos se llevaba a cabo una ceremonia, que por sencilla que era, no dejaba de impresionar por su fuerza y vigor. En el encendido de cada vela, acompañada por la bendición pronunciada por el padre, aparecía la historia de otra familia, la de los Macabeos, que maravillaba a chicos y a grandes como un relato de ficción.
El relato de la victoria, que permitió que la historia del pueblo judío pudiera continuar, llenaba de luz a aquellos niños que imaginaban que algún día ocurriría un milagro, que alguna vez la menorá cobraría vida y que Matitiahu y sus hijos llegarían de visita para contarles cómo fue la lucha, cómo pudo permanecer encendida la Menorá del templo con tan poca cantidad de aceite...
Nunca llegó Matitiahu con sus hijos porque el milagro ya se había producido. El milagro ingresó en el alma de aquellos niños, puesto que ya de grandes, pudieron relatar a sus propios hijos la historia de Janucá, y agradecer a D’s por ese milagro, el de la victoria de unos gloriosos hermanos frente a un poderoso y dispar enemigo, y el milagro de ser ellos hoy, quienes continúan relatando la historia.
Que Janucá pueda iluminarnos con toda su luz, que nos permita "creer" en algunos milagros y también "crear" algunos otros. Que nos otorgue la capacidad de ayudar a quien nos necesita, de poder brindarnos sinceramente a ellos. Que nos proporcione la paz para descubrir todo lo hermoso que hay en la vida y que no vemos, tal vez porque está inmóvil y olvidado como aquella menorá.

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